Hace ya unos años, cuando mi hija iba a primero de Infantil, con tres añitos, al volver de una actividad en el teatro, la profesora me dijo: «A la siguiente excursión creo que no nos la llevaremos. No merece la pena». Al escucharla, se me cayó el alma a los pies. Fue muy duro… y muy triste.
¿No merece la pena?, me preguntaba. ¿Por qué?, ¿ella lo había pasado mal?, ¿había molestado a los demás?, ¿había dado más trabajo a las maestras? No sé cual fue la razón que le llevó a pensar y decir eso, pero en aquel momento me pareció un comentario muy cruel e injusto.
Mi hija, solo con salir del cole con sus compañeros, con montar en el autobús, con estar con los demás, era feliz. Sé que posiblemente no había entendido la obra. Quizás no mantuvo todo el tiempo la atención, pero, ¿realmente era eso lo más importante?
Si así puede llegar a pensar una maestra, de Infantil, preparada, con experiencia con niños con discapacidad: ¿qué podemos esperar de la sociedad en general?
Menos mal que por suerte hay mucha gente con un mínimo de empatía, con responsabilidad, con… no sé, corazón.
El caso es que muchas veces (no sé si por miedo, desconocimiento, desinterés o por las prisas del mundo en que vivimos) los niños con discapacidad se quedan fuera de muchas actividades que les beneficiarían mucho. Su presencia también podría aportar un aprendizaje esencial para la vida al resto de niños con quienes las compartirían. Una de esas actividades son los cumpleaños. -Me animo a relatar esta experiencia después de leer en el blog Cinco sentidos y medio la entrada titulada Un cumpleaños para todos, que quiero compartir con todos vosotros (http://bit.ly/uncumpleparatodos)-.
Es muy duro, muy doloroso, muy injusto, que haya niños que nunca reciben invitaciones de cumpleaños. A cualquier niño le hace muchísima ilusión ir a la fiesta de algún amigo. A los niños con discapacidad, también. -En muchos casos, mucha más ilusión, porque van a tan poquitas que ir a una es toda una experiencia-.
Da igual que el cumpleaños sea en un sitio de bolas y el niño o la niña no ande (o aunque ande no pueda acceder a esos parques) porque disfrutará a su manera, con la música, con la merienda, con la compañía de los amigos. Lo triste no es que no pueda entrar al parque de bolas, lo triste es que no vaya al cumpleaños.
Digo esto y me viene a la mente el cortometraje Cuerdas, de Pedro Solís García, que podéis disfrutar en YouTube (http://bit.ly/cuerdaslafiesta).
La verdad es que hay algunos niños como María, la protagonista del premiado corto, que sí saben aprovechar la experiencia de compartir su tiempo con un niño con discapacidad, pero no son la mayoría. Sin embargo, la responsabilidad de las actitudes excluyentes conscientes o inconscientes suelen ser de los padres. Son los padres los que tienen que estar pendientes de estas cosas y enseñar a sus hijos que los niños con discapacidad también necesitan amigos, necesitan jugar, necesitan sentirse queridos y necesitan ir a fiestas de cumpleaños. Si hay poquitos invitados, es muy probable que el niño con discapacidad se quede fuera de todas las invitaciones. Son los padres lo que tienen que ser conscientes y contar con estos niños y enseñar a sus hijos lo importante que es amar las diferencias y hacer esfuerzos por adaptarse a diferentes situaciones. Los niños con discapacidad luchan todos los días por intentar adaptarse a una sociedad que no está pensada para ellos. A veces lo consiguen y muchas otras no. El resto -los que no tenemos discapacidad o no tenemos una discapacidad significativa que dificulte las relaciones personales en el día a día-, en general, nos esforzamos muy poquito.
Menos mal que existen niñas como María y que algunos niños con discapacidad tienen la suerte de encontrarlas en su camino. Menos mal que existen muchas maestras y maestros que saben ver la importancia de la inclusión en los colegios y se esfuerzan por trasmitirlo a sus alumnos. Y padres y madres que ya lo hacen con sus hijos. Aunque no es suficiente. En realidad la inclusión es una lucha de todos en la que todavía falta mucho por hacer.
Por eso quiero pedir, por favor, a las mamás y a los papás, que os pongáis en la situación de un niño con discapacidad por un momento. Intentad sentir lo triste que es que un niño no vaya a ninguna fiesta de cumpleaños. Y en la próxima celebración, contad con ese compañero al que nadie invita. Haced un esfuerzo por incluirlo en la fiesta, enseñad a vuestros hijos una lección importante que les servirá para siempre y para todo.
Y por eso quiero decir también a Farid y a la otra María, la autora del artículo de Cinco sentidos y medio que sí, por supuesto que sí: #YOVOYATUFIESTA. ¡Feliz cumpleaños!, Farid.